Las Bebidas en el Siglo de Oro

¿PERO QUÉ BEBÍAN?

En el siglo XVI se bebía agua y vino, tanto o más que ahora, la cerveza gozaba de muy poca o ninguna popularidad y también existían refrescos que no estaban carbonatados, ni tenían colorantes, ni conservantes.

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El triunfo de Baco, Diego Velazquez

AGUA

Era la bebida más común, los médicos de la época alababan el consumo de aguas puras y frescas y advertían de las contaminadas.

El suministro a las ciudades era muy deficiente y asegurar su calidad tenía serios problemas.

 

VINO

En esta época es donde el vino figura como una bebida popular. Es alimento, medicina, diversión, revitalizante, salario, lujuria,….su presencia es tal que lo convierte en un gran factor de integración social, junto con la religión, que pudiera existir en ese momento. Está tan presente en la vida, abarcando a todas las clases y condiciones sociales, que hasta dejó su impronta en la literatura. No existe literato de la época que no le dedicara unas líneas, Juan de Luna en su “Lazarillo”, Lope de Vega en “El anticristo”, Tirso de Molina en “Del enemigo, el primer consejo”, Quevedo en “Sueño de la Muerte”,…y estos son solo unos pocos ejemplos.

Pero esta fama que atrajo el consumo también trajo la descalificación moral de la embriaguez. En el siglo XVII, llamar a alguien borracho era considerado un insulto muy grave y podía dar lugar  a que se desenvainaran las espadas.

Como es lógico no todos los vinos eran de la misma calidad por lo que aquellos de inferior calidad se aguaban o infusionaban con hierbas y especias aromáticas, siendo claros ejemplos el hipocrás y la clarea. Tanto es así que en 1661 el doctor Jerónimo Pardo escribió el “Tratado del vino aguado y agua envinada” donde recoge pormenorizadamente las cantidades, proporciones, remedios y usos de estas bebidas.

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Al empezar a copiar los métodos de producción franceses (padres de los actuales vinos), muchos vinos, aparte de los de La Rioja que eran verdaderos emporios, empezaron a hacerse hueco entre la gente: los vinos blancos andaluces, los catalanes de alta graduación o los suaves vinos portugueses del Duero.

En esta época ya aparecen los catadores de vinos, llamados “mojones” y que ya asombraban por su capacidad para discernir por el olor, color y sabor las virtudes y características de los vinos.

 

REFRESCOS

La aloja es el principal y era “una bebida ordinaria en el tiempo de estío hecha de agua, miel y especias”. Se despachaba en las alojerias de los corrales de comedias, en plazas de toros, en el Palacio Real durante la regencia de Doña Mariana de Austria o en las fiestas de muchas ciudades. Se solía beber acompañada de suplicaciones (barquillos), obleas, una especie de buñuelo o churros.

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Otras bebidas frías muy habituales eran la limonada, la horchata, el agua de cebada o avena y, algo muy de moda en nuestros días, la famosa leche de almendras. Tan buen negocio era su venta que estos funcionaron hasta bien entrado el siglo XIX con el nombre de bebidas de nieve.

Lo primero que vendrá a vuestras cabezas será ¿cómo se enfriaban? Para poder mantenerlas frías existían en las grandes ciudades y villas puesto de venta de nieve, la cual se transportaba desde los pozos o neveros de las sierras cercanas mediante carros tirados por animales, de noche, para evitar que la mercancía se derritiera. Este trabajo debía ser todo un desafío y a pesar de lo laborioso, fue un oficio de privilegiados,  pues igual resultaba de tortuoso como de beneficioso. Uno de ellos fue Pedro Xarquíes, a quien se le concedió el monopolio y exclusividad de la Villa de Madrid y de su Corte.

Su trabajo dio lugar con el tiempo a las Casa de Arbitrio de la Nieve y Hielo de Madrid y el Reino, que funcionó hasta mediados del siglo XIX.

 

SIDRA

En toda la costa Cantábrica ante la ausencia de viñedos, la gente se decantó por el jugo fermentado de las manzanas.

Históricamente, la sidra y los manzanos han sido elementos muy apreciados en estas regiones y ha sido una bebida muy querida por sus reyes durante muchos años. El pueblo, cuando se encontraba presionado por las deudas o tenía que realizar una ofrenda recurría a menudo a la sidra. Tal y como nos ha mostrado la historia, el crecimiento del sector sidrícola está totalmente relacionado con la situación económica del pueblo y el consumo se disparó en épocas de expansión económica. Así ocurrió en Asturias durante los siglos XII, XIII y XVIII. Ya desde época medieval, Asturias ha sido y es la región más importante dentro del mundo de la sidra; y no sólo en lo que a su producción se refiere, sino también en cuanto a la tradición de beber sidra. En esta época la forma de consumirla era llenando zapicas (jarras de madera) y sirviéndose cada uno en su vaso.

En el siglo XVI miles de marineros vascos partían cada año a Terranova para las pesquerías de ballenas y bacalao en barcos como el San Juan. Debían llevar bebida para nueve meses, y el agua se estropeaba en los barriles; por lo tanto, su bebida principal era la sidra, de la cual se dice que llevaban tres litros por tripulante y día.

 

CERVEZA

Esta bebida fue introducida por el rey Carlos I a su llegada de Flandes, para ello se trajo consigo a los mejores cerveceros alemanes del momento. A día de hoy seguro que se sentiría orgulloso del gran consumo y variedad actual. Pero para los españoles de aquellos años, la cerveza olía a “orines de rocín tercianas” o eso decía Estebanillo González, un protagonista de muchas novelas picarescas de los siglos XVI y XVII.

Las pocas fábricas que existían estaban en Madrid y daban servicio a la Casa Real, a embajadores europeos y a la nobleza más “hipster” de entonces.

 

ORUJO

Aunque ya se había descubierto los destilados en la Alta Edad Media, y la zona de Liébana era ya reconocida por sus orujos, los monjes que lo elaboraban, únicamente lo utilizaban para preparaciones médicas y farmacéuticas.

A partir del siglo XV con la aparición de la imprenta el uso de la destilación se expandió, así han llegado hasta nuestros días “Tratado de las aguas destiladas” de Francisco de los Valles (1592) y “Arte Separatoria” de Diego de Santiago (1598).

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En esta época y al no conocer el sistema de destilación por holandas, solía mezclarse con hierbas debido a su mal olor, a rebajarlo con agua y añadiendo miel o azúcar y creando así los primeros licores.

Su consumo era diferente al de la actualidad, ya que en aquella época no  podían distinguir los alcoholes primarios, de los secundarios y terciarios, así que pasó cierto tiempo hasta que, de forma empírica, comprobaron que los primeros vasos que salían eran perniciosos, así como los últimos (debieron dejar ciegos a medio pueblo), lo que hoy llamamos cabezas y colas de las holandas  de la destilación y que contienen substancias tóxicas extremadamente peligrosas, desde metanol, hasta metales pesados.

Por lo que su consumo más que como bebida era como medicamento.

 

 

Fuentes:

  1. Bennassar, B. – La España de los Austrias. Barcelona. Editorial Crítica,2000.
  2. Cervantes, M. – El ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha. Madrid. R.A.E., 1787.
  3. Diez Borque, J.M. – La vida española en el siglo de oro. Bercelona. Ediciones del Serbal 1990.
  4. Luján, N. – Historia de la Gastronomía. Barcelona. Folio ediciones, 1997.
  5. Lopez Piñero, J.M. – El vanquete de nobles caballeros (1530) de Luis Lobera de Avila y la higiene individual del siglo XVI. Madrid. Ed. Ministerio de Sanidad y Consumo, 1991.
  6. David M. Rivas –  La sidra, una historia ligada a Asturias. Universidad de Oviedo, 1997.

 

 

 

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